Civilización y barbarie. Una antropología sin condescendencia resultará irritante para más de uno desde el mismo título. ¿Cómo no plantearse quién es el bárbaro y quién el civilizado? ¿Y cómo no sospechar que no se está en el lado que se desearía? Pero también es un escrito que insufla esperanza en todo aquel que lo lee sin prejuicios, una experiencia difícil, pero que vale la pena intentar. Reconocer que la senda del conocimiento útil para el conjunto de la humanidad no ha sido trazada con tiralíneas por unos pocos es reconfortante en muchos sentidos. Constatar que, sin el África Negra, ni las matemáticas ni la física ni la medicina, ni siquiera Platón, habrían dejado la impronta que hoy distinguimos en el mundo actual, constituye en sí una lección no tanto de humildad como de confianza en el Otro, o en ese que desconocemos pero con quien tendremos que construir un futuro común en un hogar inevitablemente global. Si el mundo clásico ha constituido un trampolín desde el que nos hemos impulsado, incluso cuando haciéndolo rechazábamos sus visiones, el ampliarlo no puede hacer otra cosa que multiplicar el ímpetu y el alcance de dicho impulso. Pero el Egipto negro que Diop nos desvela, y que tanta influencia tuvo sobre el mundo mediterráneo, empezando por la propia Grecia, no es la única fuente de contribuciones africanas al bienestar universal. Leyendo el texto, uno percibe modelos políticos, talantes epistemológicos, aproximaciones a la naturaleza, los recursos o las relaciones sociales que, desde el sur del Sáhara, tienen mucho que decir en el siglo XXI. Cheikh Anta Diop, el físico metido a historiador, lingüista o filósofo, nos devuelve el optimismo de la ciencia a través de un mensaje simple pero potentísimo: para poder asentar el progreso sobre hechos empíricos, contrastables pese a la inconfesada ideologización a la que se ven sometidos, la única vía pasa por multiplicar las miradas sobre los mismos. Y más cuando muchos de estos hechos pueden ser clasificados de «sociales», lo que equivale a humanos. Civilización y barbarie debería ser de lectura obligatoria para cualquiera que se dedique a la historia o la sociología de la ciencia, como tendría que resultar una referencia accesible para todos los que pretenden producir o utilizar el conocimiento en beneficio de la sociedad. Y llegados a ese punto, la pregunta no es quién es el bárbaro, sino quién quiere continuar siéndolo.
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